KINTSUNUGI: del quiebre al carácter

Kintsunugi no comenzó como una idea. Comenzó como una fractura. Una bici rota en medio de una carrera de cien kilómetros. El cuerpo exhausto. La voluntad, al borde. No hubo aplausos ni medallas. Solo tierra en la cara... y una decisión: terminar, aunque todo estuviera quebrado. La bici fue reparada. Pero no para ocultar la rotura. Al contrario, se hizo visible. Se soldó con dignidad. Se pintó con orgullo. Se convirtió en símbolo. Porque Kintsunugi no es una pieza de museo. Es una declaración: no hay nada más valioso que lo que se ha roto y ha vuelto de pie. De esa experiencia nació una colección. No para imitar la perfección, sino para rendir tributo a la cicatriz. Cada prenda. Cada trazo. Cada grieta que se deja ver... cuenta una historia de carácter. Kintsunugi no es solo una bici. Es una manera de vivir.

Satoshi

5/18/20251 min read

La bici se rompió.
Así, sin avisar.
En medio de una carrera de cien kilómetros,
con el cuerpo cansado
y el camino todavía por delante.

Pude haber parado.
Hubiera sido lo lógico.
Pero no lo hice.

Seguí con el cuadro roto,
con el cuerpo raspado
y con la cabeza terca.
Porque no se trataba de llegar primero.
Se trataba de no rendirme.

La terminé como pude.
Y cuando llegué, ya no era el mismo.
Ni yo, ni la bici.

La reparé.
No para que pareciera nueva.
La reparé para que se viera lo que había pasado.
Le dejé las marcas.
Le pinté encima con orgullo.
La hice mía, otra vez.

A eso le llamé Kintsunugi.
Como el Kintsugi japonés,
pero a mi manera:
más sucio, más terco, más real.

Y de ahí nació una idea.
Una colección.
Una forma de decir:


“no tengo que estar intacto para valer la pena”.

kintsunugi